El aire, últimamente, ha señalado mi vida. Me desplazo de un continente a otro a través del aire. Cambio de mundo, de gente, de amigos, de familia. Llego a un nuevo destino que se me hace extraño y comienzo a pensar en lo que dejé. Abro las gavetas buscando cosas que no encuentro porque no están ahí, se quedaron atrás.
El aire, el aire que respiro, también cambia, de contaminado a aire puro, del aire acondicionado al aire del mar. Hasta mis pulmones tienen que hacer el esfuerzo, se tienen que acostumbrar a respirar otro aire.
Solo siguen igual mi soledad, mi desarraigo, mi necesidad de no pertenecer a nadie, ni a nada, ni a ningún país. El tener que acostumbrarme rápidamente al lugar donde estoy perdida entre mis propias cosas ajenas, en ese momento…
Pero también he sido mujer de agua, por un tiempo.
Siempre he disfrutado la sensación de calma que me produce un río, me gusta dejarme llevar por su corriente. El agua fue muy importante en un momento de mi vida. Nací a la orilla de ese río exuberante, el Orinoco, y esa sensación de pertenecer al agua no me abandona. Cambié el agua dulce por agua salada y el mar se convirtió en mi amante. Hasta un hijo tuve de él.
Los elementos han dominado mi existencia. Una vez fui selva virgen, tierra fértil y cuando estoy en ella siento la energía que sube a través de mis pies y recorre mi espina vertebral dándome una energía sobrenatural y me convierto en árbol, o me transformó en lo que me rodea. ¡Soy tierra!
En otra etapa fui fuego puro, la pasión me consumía. Todavía afloran esas brasas encendidas para decirme que no se han apagado, que el fuego sigue en mis entrañas
Pero ahora solo soy viento, viento del Norte.
